Cuando el colectivo Entramado me invitó a pensar en conjunto la pregunta sobre lo que es la vulnerabilidad*, he querido pensarlo desde algunos eventos que he vivido y sentido; particularmente un momento de mi vida en qué experimenté el dolor y el duelo de forma más profunda. En el año 2001, tuve la meningitis, lo cual casi me cuesta la vida, por poquito, 6 horas… Y este evento surgió solamente 6 meses después de que había sido expuesta por primera vez en mi vida, a lo que realmente significaba en el cuerpo, un duelo, con la muerte súbita de mi abuelo, un gran amigo para mí.
Estar tan cerca de la muerte; ya casi “en ella” – o sea, en este tránsito del cual no puedes desdibujar los límites entre lo real, lo sentido y las otras dimensiones – me ha hecho darme cuenta de mi propia fragilidad. Yo tenía 14 años. Y creo que nunca me había dejado “llegar al piso”, caer; y llegar al punto límite de mi corporalidad me ha hecho ver lo vulnerable que soy. Lo vulnerable que es mi cuerpo y lo expuesto a las enfermedades, a las posibilidades de ser herido, expuesto a las demás personas. Incluso, mi cuerpo, en este momento, estaba expuesto a un conocimiento que no podía controlar, un conocimiento “médico-experto”. Sentía expuesta a los cuerpos de las demás personas que podía cuidarme, en este momento de fragilidad y de alta exposición a la posibilidad de la muerte. Y creo que es en este intersticio de fragilidad corpo-emocional donde reside la fuerza de la vulnerabilidad. Es ahí donde empezamos a comprender que somos interdependientes y fundamentalmente, frágiles.
Obviamente, eso lo he venido comprendiendo mucho más tarde, cuando empecé a pensar la vulnerabilidad no solamente como un sentimiento, pero como una categoría de análisis teórica y práctica de los social.
Como mujeres – no desde una perspectiva que plantea la categoría mujer como esencialista, sino como categoría socio-política y abierta a la disensión – experimentamos muchos escenarios de maximización de nuestra precariedad, y de nuestra vulnerabilidad. Hasta solamente para tomar la palabra públicamente, para poder caminar en lo noche – en efecto, históricamente, y particularmente en las culturas occidentalo-centradas, se ha asociado el experimentar de la vulnerabilidad como intrínsecamente vinculado con la corporalidad femenina o feminizada. Y, desde un pensamiento dicotómico, se ha configurado que la antítesis era la necesidad de protección, el paternalismo; postulados muy bien anclados en las diferentes modalidades y manifestaciones que toma el patriarcado.
Entonces, la vulnerabilidad es una condición humana inevitable que debemos analizar y comprender de una forma muy diferente que hemos venido haciendo. Es un poco como si hubiéramos siempre conceptualizado la vulnerabilidad desde su asociación con lo negativo, con la falta de posibilidad política, de agencia. Al contrario, siguiendo a Butler, Gambetti y Sabsay (2016), pienso que la vulnerabilidad puede ser la base de formas de solidaridad y de ética que no se conceptualicen desde una visión masculinista, o centrada en la idea del sujeto “pensante”, unitario, abstracto, masculinizado.
Vivimos con miedo constante a ser vistos y vistas como vulnerables, porque se ha entendido la vulnerabilidad desde un paradigma de “autonomía” y de responsabilidad individual, el cual ha sido altamente marcado por el machismo y el colonialismo. Ser o mostrar vulnerabilidad es visto como el equivalente de ser débil, de ser la víctima – entonces, como el antagónico de ser fuerte, y “capaz de responder”. Eso es porque hemos pensado que somos seres completamente autónomos que no dependen de los demás. Hemos rechazado profundamente nuestra interdependencia a las demás personas.
Esta visión paternalista se ha extendido en todos los ámbitos de lo político. Por eso, tenemos muchas dificultades de pensar lo político de forma diferente. Por ejemplo, a nivel internacional, vemos todo el despliegue del aparato discursivo de lo “humanitario” – ahí, se ha construido unos seres vistos como “vulnerables” y en necesidad de “protección” – nada más podemos pensar en la idea de las Naciones unidas de la “responsabilidad de proteger” – y otros seres, “invulnerables” que tiene ahí, la cara más bien del privilegio de poder enmarcarse como los y las que van a salvar el mundo de la vulnerabilidad. Dicha conceptualización de la vulnerabilidad, binaria y dañina, se ha asociado con la pasividad, la necesidad, la no acción y se ha desligado completamente de un análisis sobre la precariedad inducida por el sistema económico imperante.
¿Cómo podemos cambiarlo? Quizás escuchar un poco más a las feministas que, desde diversos loci de enunciación, llevan años gritan, teorizando, y subvertiendo la vulnerabilidad. En diferente corpo-geografías, las feministas han pensado nuevas ontologías corporales, nuevas formas de relacionarse; han pensado a la circularidad de las emociones, a la interdependencia, a la responsabilidad afectiva que tenemos incluso con las personas que no conocemos, a la relación entre vulnerabilidad y resistencia. Las feministas han pensado el cuerpo, sus dimensiones materiales, discusivas, afectivas – han mostrado como estamos expuestas diferencialmente a la precariedad y la vulnerabilidad. Desde ahí, podemos pensarnos otra ontología corporal que no parta de una visión paternalista de cómo un cuerpo es vulnerable. Buscar los intersticios de poder. Como dicen mis compañeras de Lüvo basándose en una entrevista con Catherine Walsh: agrietar. Adentrarnos en esta vulnerabilidad. Pero claro, eso implica una discusión sobre los privilegios. Tomemos por ejemplo, el problema del machismo, en donde muchos hombres no quieren acoger esta vulnerabilidad porque sería un ataque a su “masculinidad”; así otorgándose la posibilidad y el privilegio de pensar que son invulnerables. ¿Cómo podemos pensar un concepto diferente de vulnerabilidad?
La pregunta por una concepción diferente de la vulnerabilidad va con la interrogación sobre qué significa vivir una vida valuable, digna de ser llorada como lo dice Butler. Es solamente con el “tú” que puedo posicionar un “yo”; un self. Para mí, es la primera etapa para asumir la vulnerabilidad – no es un asunto individual, autónomo. Es profundamente político y colectivo.
Conectar con la vulnerabilidad es una tarea grande, y muy difícil en un mundo tan competitivo y hostil a su misma posibilidad de ser vista, comprendida, aceptada. Asumir la vulnerabilidad tiene altos costos – sólo hay que mirar lo que pasa cuando las mujeres deciden asumir, en lo público, la lucha por sus derechos, exponiendo la precariedad de sus vidas ante el mundo. Lo mismo por que lo que se refiere a las vidas que han sido históricamente subalternizadas – pensamos a todo el movimiento Black Lives Matter. Tomando la calle, ocupando el espacio, también exponen sus cuerpos frente a los poderes que atentaron a sus vidas, desde diversas formas de dominación estructural, física, cultural, simbólica etc.
Pero ahí mismo podemos conectarnos con esta vulnerabilidad – colectiva y intersubjetiva. La vulnerabilidad no es la oposición al poder de agencia – al contrario. Potencializa las posibilidades de resistencia como lo afirman Butler, Gambetti y Sabsay. La vulnerabilidad es una categoría intrínsecamente relacional.
La vulnerabilidad se vive en el cuerpo y, por lo tanto, es en el cuerpo en donde debemos buscar la respuesta a esta pregunta por la vulnerabilidad.
Un poco como lo argumenta Butler, es cierto que, desde los feminismos, estamos luchando por el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos pero, también, es que los mismos cuerpos “nuestros” no son nunca, sólo “nuestros”, por esta misma condición de vulnerabilidad. Entonces, en este sentido, el cuerpo nunca es “privado”, siempre tiene una dimensión pública; es mi cuerpo y no lo es a la vez. Y eso es así, por la condición de vulnerabilidad que es intrínseca al ser humano.
Históricamente, la dimensión política del cuerpo ha sido negada. Nunca realmente hablamos de los cuerpos, y una vez más, son las feministas que han puesto esto en el debate político – que han propuesto ver el cuerpo no sólo como una materialidad o una materia biológica, pero como una entidad profundamente social. Estoy tratando de pensar – y aquí trato de pensar eso en colectivo, especialmente con mis colegas Danielle Coenga-Oliveira y Héloïse Michaud – sobre la posibilidad de pensar lo político desde una teoría “en-corporada” o embodied politics… Somos cuerpos que son desposeídos por los otros cuerpos – nunca estamos actuando en aislamiento. Así, es posible pensarnos lo político en lo que ocurre entre los cuerpos en acción, en asamblea, en exposición a la vulnerabilidad, a la precariedad, como lo plantea Butler (2015). Así, podemos, posiblemente, pensar tras formas de habitar el mundo.
En efecto, todo está interconectado. Nuestra visión de la vulnerabilidad tiene que ser ampliada – no se limita en reconocer nuestra propia vulnerabilidad o en reconocer una autonomía del ser humano al actuar. La vulnerabilidad concierne la relación sí, entre los cuerpos, pero también, entre los sujetos, los seres vivos. Desafortunadamente, este año hemos tenido un ejemplo doloroso de esto con la Covid-19. La vulnerabilidad corporal, las enfermedades, la fragilidad, el contagio… Estamos en un escenario de maximización de la precariedad y de la vulnerabilidad, y eso, de forma global.
Las feministas han demostrado la distribución diferenciada de la vulnerabilidad y de la precariedad – hemos visto quiénes eran las vidas “desechables” las que no eran dignas de ser lloradas, hemos recibido en la cara el precariat, inducido por el neoliberalismo. Y lo que induce el neoliberalismo, no sólo tiene impacto sobre los seres humanos, pero sobre todos los seres vivos. Nuestra vulnerabilidad corporal a las enfermedades – que mutan y se transforman más rápido que nuestra capacidad a la autorreflexión colectiva – es cada vez más grande y, con la pandemia, hemos visto hasta qué punto somos seres interrelacionados.
Y terminamos haciendo recaer la responsabilidad por esta maximización de la precaridad sobre los individuos; tratan de culparnos, desde el marco de producción de las subjetividades neoliberales, como los responsables del contagio. Es como si ahora, estuvimos expuestos y expuestas en evitar nuestros encuentros, en aislar los cuerpos, los unos a los otros. Nos han contado que la relación con los otros cuerpos ya era dañina, nos podía matar. Nos hacía tan vulnerable que nos podía matar.
Y eso es la condición del ser humano – la inevitable exposición al otro y la otra. La pandemia ha expuesto la vulnerabilidad misma y las condiciones de precariedad en la cual dicha vulnerabilidad está maximizada por unos y unas. Además, ha mostrado que ni los datos ni los contagios son neutros – existen unas dimensiones de género, de raza, ecológicas en las pandemias globales. Así, necesitamos abordarlas desde las múltiples inequidades: todos los sistemas de salud han mostrados su propia contradicción, sacrificando las personas que no podía acceder a la salud; las poblaciones que no son cuerpos dignos de ser llorados.
Es el momento de confrontar este tema de la vulnerabilidad en nuestras relaciones afectivas y, sobre todo, ver en la amistad la posibilidad política de discutir de ella, y de su relación con la resistencia. Reconectarnos con nuestros cuerpos, y nuestros territorios, es una gran parte de la respuesta, y bueno, desde la Fundación Lüvo, es lo que tratamos de hacer de poner nuestras corporalidades en el centro de nuestra visión de lo político. Encorporar nuestra vulnerabilidad. Y aceptar su dimensión invariablement política.
*Las reflexiones compiladas en este post han sido discutida junto con el colectivo Entramado para un podcast sobre la vulnerabilidad. Agradezco particularmente a David Guáqueta, Wendy Aguilar y Laura González por la conversación estimulante y provocadora sobre las corporalidades y vulnerabilidades. Pueden escuchar las dos partes del podcast aquí.